En la península ibérica las primeras cecas fueron creadas sucesivamente por fenicios, griegos, cartagineses, romanos, visigodos y árabes, y fueron estos últimos los que dieron el nombre de “ceca” al lugar en el que se fabricaban las monedas. La palabra deriva del árabe sikka, que significa tanto “moneda”, como el troquel con el que se fabrica.
La ceca resulta determinante en el mundo de la numismática, puesto que una misma moneda puede ser más singular si su ceca es poco habitual.
Hasta hace poco tiempo, las acuñaciones propiamente indígenas se databan a partir de finales del siglo III a.C., y se tenía la impresión de que los diferentes pueblos hispanos comenzaron a tomar contacto efectivo con el mundo de la moneda a partor de la llegada de los cartagineses en 237 a. C. y durante el desarrollo de los acontecimientos de la segunda guerra púnica; sin embargo, estudios recientes proponen un panorama ligeramente diferente y adelantan al inicio de las primeras acuñaciones ibéricas.
Solo una localidad nativa íbera parece haber acuñado moneda a partir de mediados del siglo IV a.C. Se trata de Arse, el primigenio núcleo de población de la etnia íbera edetana del que surgiría la ciudad romana de Saguntum y que realizó las primeras acuñaciones en el siglo IV a. C., un periodo de importantes transformaciones urbanas. Tras la segunda guerra púnica, íberos alzados en armas contra los romanos emitieron dracmas y divisores de imitación emporitana con leyenda ibérica, en talleres como Iltirta, Barkeno, Orosis, Kese y otros aún sin identificar.
Salvo estas emisiones anteriores, el periodo de acuñación en alfabeto ibérico tuvo lugar entre 190 a.C. y 40 a.C., ligado en su mayor parte a la conquista romana de Hispania, como pago de tributos a las legiones por parte de las plazas conquistadas, el llamado estipendium.
